huyo de mí para dejarme a solas
29v062007
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Se nos va a pasar el tempero y al final no nos va a dar tiempo de terminar de plantar la pimienta y las judías. La culpa la tiene que mi padre me dobla la edad y se está quedando tuerto. Pero ahí anduvimos instalando el riego automático que según mi padre es una mandanga y procurando que el trébol no se coma los nutrientes de los gladiolos y la grama el de los tomates. Haciendo samantas de hierba que atamos con vencejos con ayuda de un garrotillo. Mi padre me hablaba de mi abuelo, de Ifigenia en Tauride, de Solón, de la vez que con quince años a fueron a celebrar San Juan a la orilla del río y se le emborracharon todos los amigos.
Yo soñaba. Mientras el sol caía a plomo sobre nuestras cabezas y tratábamos de domar la tierra para que fuera productiva a base de un esfuerzo físico que nunca entendí que compensara yo soñaba porque siempre ha sido así. Desde que recuerdo, en todas las tareas que me resultan aburridas he utilizado el mismo mecanismo: le invento un escenario en el que esa tarea ardua y pesada tiene un objetivo que compensa el esfuerzo.
Hice un acto poético con una manguera rota y una moneda de 50 céntimos. Mi padre me preguntó que qué hacía. Le dije que había puesto a lavar el dinero que estaba muy sucio. Entonces él me dijo que hay que ver qué de chorradas sigo haciendo a mis años. Ya padre. Son chorradas, le explico, pero también son una poética. Y a mí me encantaría ser más normal, te lo prometo, entre otras cosas porque ahora no tendría que andar explicándote nada y que además sonara a justificación.
No te afanes hijo. Si algo comprende tu padre son los momentos líricos que tiene la vida. Me dijo. Ve mucho con un solo ojo. Y comprendí una cosa que he tardado más de tres décadas en comprender: todos los reproches que mi padre toda la vida me ha echado encima cada vez que me dedicaba a sublimar la vida, iban encaminados a una sola cosa: a hacerme comprender que no van a llegar a ningún sitio, que este no es un mundo para los soñadores, que lejos de conseguir cambiar nada, cuando tenga el doble de edad y me esté quedando tuerto el mundo seguirá siendo el mundo y seguirá estando manejado por cuatro impresentables con mucha falta de hondura, y me habré dejado la vida en el empeño, y estaré solo aunque tenga compañía, y acabaré siendo un introvertido e incomprendido ser rodeado de gente desquiciada.
Pero esta noche hay luna llena, un teatro clásico que sobrevive al paso del tiempo donde todavía se representan obras de teatro, chicharras que se callan dando paso al concierto de los grillos, se ven las estrellas.
Todavía soy joven y tengo dos ojos que miran.
(Vuelvo a sentirme bastante mediocre. Con ganas de bajar un listón que tal vez ni exista.)