tengo memoria aún recuerdo cosas el temporal de fuerte marejada inundándolo todo noches en vela sin dormir apenas temiendo más a la verdad que al miedo ausentes y fugitivos sin fuerzas ya para afrontar el día
incluso ahora que tan lejos queda en este tiempo en que ya no duele ni con frío tengo memoria aún recuerdo cosas echadas a perder por el olvido
porque vives porque estás vivo porque aún late tu corazón y todavía respiras
todo es posible aún todo es posible
todo puede pasar y sabe que lo que pasa pasa más queriendo que sin querer que aún la desgracia mayor se puede vivir con alegría que el no merecernos el mal que nos azota nos vuelve tal vez inocentes, nos convierte en víctimas, pero no nos salva del mal ni nos consuela de igual manera que al invierno se la suda que te quejes del frío
que acabarás helado como tardes mucho más en buscar abrigo o se te gangrenarán los dedos y habrá que amputarlos y estarás condenado a acariciar con los muñones
o se te congelará el corazón y se te agriará el carácter y ya no habrá dulce que te endulce
Existe para certeza del que ignora, y su razón de ser es corazón de zanahoria, trampantojo para que el burro siga tirando de su carga; su fulgor es el wolframio encendido que atrae a las polillas, pulpa de tungsteno incandescente rodeada de una membrana transparente de mentiras que raspan los ojos hasta dejarlos ciegos y no poder ya ver más nada; está como costumbre instalada en mi vecino, en el que era mi amigo, en el que me vende el periódico que nunca lee y que tampoco entiende y que no le importa. Está por todas partes. Es como un dios omnipresente, y como a un dios le rezan, como a un dios le temen, como a un dios le obedecen con fervor violento, ebrios de fe, seguros de la salvación segura por su dedo.
Y mejor que sea así, cierra los ojos. Piérdete todo lo que la luz te ciega, no pienses nada oscuro como estrellas, como velas encendidas en una habitación, como dos que se aman, a pesar de todo, a pesar de dios, de la historia y de los hombres.
Cuando deje las sábanas, mañana, pensaré que mi sueño de la noche no ha sido sólo un sueño y que lo que me aguarda no es la huraña mañana de mañana. Acogeré mi cuerpo esperanzado, como un feliz presagio inmerecido, y si hay un cuerpo al lado, será maravilloso descubrirlo, saber que las monedas que he pagado (y las monedas con que me ha comprado) han sido las monedas del amor, que pagamos con gusto y por el gusto, locos de amor los dos. Y amar, esa mañana, extrañamente, será la redención de nuestros actos pasados y futuros, y el hecho del amor, en su presente, será como la historia sin la historia, un cuento que contamos con los cuerpos y que tiene sentido, lleno de ruido y furia compartidos. Y si despierto solo, despertaré contento de estar solo, por la simple razón de estar conmigo, que soy el viejo amigo de algunos buenos ratos que he vivido. Se inundará la casa con el sol, y si no hay sol se inundará de gris, un gris reconfortante, de París, que es la ciudad que tiene un gris más sol. Haré mis abluciones matinales y haré la colación, y respecto al milagro de que los alimentos alimenten haré una reflexión profunda, sorprendente, que alimente las estancias del alma y que dé calma a un alma que ama la contemplación. Para el resto del día tendré planes y hasta tendré esperanzas, que ya es tener bastante un mismo día, y en un claro derroche de energía tendré la convicción de que los planes y hasta las esperanzas no son la más completa tontería. Naceré a mi ciudad, como si fuese la primera vez que nazco y que la veo, contento de nacer y de fundar, igual que un gran viajero, mi ciudad, quizá un lugar tranquilo junto al mar, donde esperar consiste en encontrar una buena razón para esperar el paso de los días. Y a la ciudadanía, que, comúnmente, es una porquería, una viciosa tropa indiferente, habré de comprenderla, y, comprendiéndola, comprenderé toda su indiferencia, su desprecio, porque tendré conciencia de que quien más quien menos (y me incluyo) tiene una innoble historia que contar, lo cual, si no inocentes, nos vuelve dignos de algo de piedad. Seré un huésped del tiempo, un invitado que aspira a estar contento y al cuidado de las horas, hasta lograr que el tiempo sea por fin mi líquido elemento, y no un andén desierto en que aguardar trenes de paso hacia ningún lugar, cansado, el pensamiento, de sentir, y de pensar, cansado el sentimiento. Toda la peor vida de la vida, que a veces es la única que ocurre, le habrá ocurrido a un yo que no conozco, un yo que a fuerza de desconocido convierte en no vivido lo vivido, y el yo que reconozco, el que comparte la vida preferida (ésa que ha estado siempre en otra parte) sera mi yo más mío. Y la vida que venga será fácil, o lo parecerá (que más me da) será la dulce vida, y por dulzura y por facilidad será una eternidad mientras me dura, aunque sólo me dure un día más. Por eso, más que un día, mi día de mañana es el proyecto de un tiempo por llegar: es el pluscuamperfecto de futuro. Ya sólo hay que aprenderlo a conjugar.
Este soy yo, el que se expande, el que se desviste de sus miedos, el que sabe que no sabe y acoge la duda por principios. El que siente y no se atormenta por lo que siente, ni se disculpa, ni se avergüenza... el que no impone, el que se da sincero y se acepta débil y sin recursos. Este soy yo. El que se cuenta, el que se construye de a poco con ladrillos de amor, el que procura causar nunca una herida, el que se preocupa antes de ocuparse, el que se ocupa. El que mira, el que advierte, el que no se deja engañar por la apariencia y busca peces en el fondo del abismo.
Soy el que encuentra peces en el fondo del abismo.
Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo, yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
Yo tengo un hado, un bienhechor, un ángel de la guarda, un daimon, me da igual como quieras llamarlo, una intuición, quizá, Pepito Grillo o esquizofrenia paranoide.
Pero yo lo llamo hado porque viaja conmigo a todas horas y vigila mis pasos, y me pide consciencia a cada rato y me procura felicidad y facilidad y viceversa.
No me dicta los números de la lotería, no se me aparece en sueños para advertirme del peligro, no me promete vacío en tecnicolor, no me da el 6% TAE, no hace el idiota.
Créeme que yo tengo un hado, una flor en el culo o la fuerza me acompaña. Me da igual la etiqueta que pongan tus prejuicios.
Pero yo lo llamo hado porque vuela conmigo asido en las alas, y me exhorta a ver la vida como un jardín sin flores, y me da una azada, y me da semillas, y me obliga a hacer surcos, a sembrar con esperanza, a esperar con expectativas a que vayan naciendo rosas y también después, cuando ya estoy maravillado, a fijarme con cuidado en sus espinas, a comprender lo que de filo esconde siempre la belleza.
Me enseña a poner al mal tiempo buena cara, no me da tregua, no me deja acostarme a dormir en la melancolía porque dice (con razón) que luego tengo pesadillas.
No me deja flaquear, quiere que engorde, que viva ancho y no huya a encerrarme entre paredes.
Me ha hecho devoto del sentido del tacto, tanto, que me enseñó a acariciar con la mirada.
Llamadlo como queráis, presentimiento, abducción alienígena, pájaros en la cabeza, paja mental, pensamiento baobao o espíritu santo. Yo lo llamo hado.
Y me habla a menudo y le contesto: -A esto, a esto es a lo que yo le llamo vivir en amor, hado.
Todo se mueve suave y es sol, es buscarse porque hace frío, y en la matemática del cuerpo ya se sabe, que un frío más un frío no suman dos fríos, sino un calor.