Igual que cuando niño quería convocar a mi lado a las palabras para poder narrar esas visiones que tan claras bullían en mi dentro. La misma frustración de entonces que me hizo meterme para adentro desde fuera, ser soñador y un poco loco. La misma impotencia al no encontrar el modo de contar lo que la luz me explica tan clara y llanamente, de forma tan sencilla y meridiana, el pálpito esencial de la existencia, la consciencia de estar vivo y de ser vida, la constancia evidente del milagro.
Sólo he aprendido heridas desde entonces. Pero aún me acuerdo de que para ver el mar basta con cerrar los ojos.
Ya he jugado tantas veces que resulta aburrido, porque es un juego en el que nadie gana. Porque es un empeño pueril y un desperdicio utilizar a las palabras en puras logomaquias, porque nadie acata el mandamiento parmenídeo del sí y muchos Zenones ciegos transitan por el no sin importarles los monstruos que se puedan colar al otro lado. Porque se permiten el lujo de retorcer la verdad hasta confundir a los idiotas, porque creen que engañar y convencer son sinónimos. Un juego en el que las reglas consisten en que no existen reglas. Un todo vale absurdo y destructor. Un cambiar el discurso por la descalificación, el argumentar por el insulto. Un ejercicio tramposo y sofista en el que habiendo prejuzgado ya las conclusiones se buscan premisas que las hagan parecer ciertas a un publico imbécil en su sentido etimológico.
Pero claro que qué gloria hay en eso. Cómo va uno a poder amar a quien somete. Qué aprender de un guía ciego.
Sinceramente creo que nuestra sociedad está enferma. Sinceramente creo que mientras nos enriquecemos en lo tecnológico, crecemos en infraestructura y desarrollo, aumenta nuestra comodidad de vida (que no calidad, que no calidad...), etc, nos vamos empobreciendo en lo espiritual, a falta de mejor palabra. Porque lo triste entre otras cosas es que ya no hay ni eso. Ya no hay ni siquiera una palabra adecuada que nombre a esa dimensión de lo humano que sobrepasa lo meramente fisiológico. Lo meramente intelectual. Como si esa demolición sistemática del lenguaje de los afectos, hiciera que los afectos desaparecieran. Vivimos en un sin dios. No es que vivamos sin normas. Vivir sin normas es simplemente imposible. Sólo que cada uno vive según las suyas. El uso de la libertad en una sociedad deformada y desinformada, la fragmenta, crea guetos, infunde miedos y nos enfrenta a unos con otros, ocupándonos tan solo de los que consideramos de nuestra grey y ninguneando al resto a los que pasamos a considerar meras funciones: el que me vende el pan, el mecánico, el médico, el vecino. Somos cada vez más insolidarios y más grotescos y más mentirosos. El otro nos importa un huevo.
Hace poco una trabajadora social me contaba la pregunta que le hizo una inmigrante africana, víctima de malos tratos, después de llevar tiempo observando a los españoles: "¿Aquí en España, cuántas veces hay que decir: "Oye, cuenta conmigo para lo que quieras, si tienes algún problema, llámame para que sea verdad? Porque en mi país si dices una cosa así es verdad, es porque estás dispuesto a ayudar al otro en lo que sea. Pero aquí vosotros lo decís y no es verdad. Si luego vas buscando ayuda porque la necesitas no te la prestan. ¿Cuántas veces tenéis que decir "cuenta conmigo" para que sea verdad?".
Nos hace falta buena fe, nos hace falta esperanza, nos hace falta caridad. La iglesia católica nos secuestró en este país hace mucho esas palabras y nos pide un alto precio por su rescate. Y por el amor. Y por el perdón. Y por muchos otros conceptos que en nuestra sociedad tenemos asociados a la que ha ejercido una dictadura moral sobre nuestras mentes desde hace 500 años. Y que sigue reclamando como propias, para hacer con ellas lo que se les antoje.
Y hay soluciones. Lo que no hay son remedios mágicos. Panaceas que de un día para otro cambien las actitudes de toda una sociedad que decida ponerse de acuerdo, transcurrir en una armonía donde libertades individuales y obligaciones sociales viajen de la mano en vez de oponerse o enfrentarse.
Y aunque no las hubiese. Aunque realmente no existiese una solución verdadera, un remedio real para el problema, no desaparecería el problema. No cambiaría el hecho real de que la sociedad está enferma. De que no somos capaces de vivir juntos. De que, cada vez más, la soledad va creando una costra alrededor de nuestros corazones.
Llamamiento de la hija de Isaías Carrasco asesinado por ETA.
MANUEL VICENT escribía hoy (09/03/2008) en la última página de EL PAÍS
Fascismo
"Con una pistola de mierda y cinco balas, la mínima inversión posible, si se descarta la negra hiel, un terrorista de ETA ha irrumpido en el proceso electoral una vez más en el momento preciso y ha erigido a la muerte en protagonista de la política en medio de la fiesta de la democracia. Cinco tiros de un fanático han sido suficientes para que todas las cámaras y micrófonos dieran la espalda al fervor de los mítines, a las banderas de los partidos, a las promesas de sus líderes y se fueran en busca de un cadáver ensangrentado en medio de la calle. Se dice que matar así es muy fácil. No lo creo. Disparar a traición, contra un hombre confiado y desprotegido es, sin duda, una villanía, que no comporta riesgo alguno, pero no todo es tan sencillo. Detrás de este crimen hay un idealismo ya podrido pero largamente alimentado, que asume la violencia como una parte de la gloria. Se necesita mucha dedicación para fabricar a un fanático de este tipo: además de hacerle creer que aprieta el gatillo en nombre de todo un pueblo hay que elegirlo con el cerebro cerrado para que no discierna su futuro carcelario a tres metros de su ceño y con el estómago preparado para que no vomite después de matar a un inocente. No es tan fácil encontrar a un iluminado que se sienta dueño de la vida y de la muerte. Ante el terrorismo todas las palabras están ya gastadas. El terror tiene una connotación telúrica, pseudo religiosa. En cambio, el miedo es un sentimiento muy humano, pero más paralizante y pestífero. Ante el terror se impone la huida. Frente al miedo solo cabe ser un héroe para vencerlo. Quienes no vivimos en el País Vasco lo tenemos muy fácil. Votar masivamente debería ser la respuesta natural contra el desafío de las pistolas. En cambio, si la ETA ha dado orden explícita de no votar, hay que ponerse en la piel de la gente corriente de los pueblos de Euskadi, donde todo el mundo se conoce, para admirar el heroísmo de los que hoy, sintiéndose vigilados desde las esquinas, crucen las calles, lleguen al pie de la urna, elijan libremente la papela y voten en secreto sin mirar a los lados. El miedo es la peste moderna. En ella arraiga siempre el fascismo. El miedo es el único enemigo en el País Vasco."
(Un año más ejercemos nuestro derecho al voto tras la bofetada del odio. Así es difícil. Y desolador.)
«¿Cómo actuar sin una actitud central previa, una especie de aquiescencia a lo que creemos bueno y verdadero? Tus nociones sobre la verdad y la bondad son púramente históricas, se fundan en una ética heredada. Pero la historia y la ética me parecen a mí altamente dudosas.»
—Julio Cortázar, Rayuela, capítulo 28
(Vivimos en un país extraño. Elegimos representantes y estamos abocados a elegir entre lo malo y lo peor. Es alarmante la falta de hondura, pero más el empeño férreo de seguir hablando a una masa idiotizada. Que no piense, bombardeada por consignas y panfletos, se han erigido en la voz del pueblo y el pueblo les baña en multitudes. Pero no votar, desentenderse... el ciudadano, cabe decir el individuo, cabe decir la persona que está harta no debería callarse. Debería alzar la voz. Debería empezar a exigir a nuestros gobernantes un decoro que han perdido. Debería.)
"Porque usted no se ha preocupado de lo que le importa a la gente, sr. Zapatero; usted no ha hecho nada por el precio del pollo. Porque ud. ha estado cuatro años en cosas que no le importan a nadie; en la memoria histórica y la educación para la ciudadanía".
"Para ti que gobiernas el país del rencor donde todo está inmóvil, donde nada se cura.
Para ti que conviertes cada palabra en una cicatriz, cada recuerdo en una barricada.
Para ti se inventaron la soberbia y la ira.
Yo que viví en tu mundo de horas irrevocables y golpes sin regreso, sé que no existe paz para tu guerra, que no hay más que pasado en quien nunca habrá olvido. Adonde vas a ir, si a tu sed de veganza no hay agua que la sacie; si no exite victoria que te haga sentir fuerte; si tú vives como quien para huir del fuego sube como quien para huír del fuego sube como quien para huír del fuego sube como quien para huir del fuego sube como quien para huír del fuego sube como quien para huír del fuego sube como quien para huír del fuego sube a la azotea de una torre en llamas.
Para ti cuyos ojos abiertos en las sombras son las heridas blancas de la noche.
Para ti en cuyas manos se leen los venenos, se clavan para siempre las espinas.
Para ti se ha inventado la amargura".
BENJAMÍN PRADO, La Rencorosa, Marea humana, Ed. Visor, Madrid, 2006. Págs.17-18
Le estuve escuchando, atentamente, con los oídos puestos en los ojos. Le escuchaba formular preguntas que usted debiera saber que ya tienen respuesta. Que la tuvieron siempre. Que ya les habían dado los poetas, sus abuelos, sus vecinos. Que sólo hacía falta mirar con los oídos.
Benjamin Prado, escribía en la página setenta y dos de ese libro inmenso:
EL INMIGRANTE
Voy a hablar de dos hombres con una misma historia.
El primero se acerca por el mar y conoce el sabor salado de la muerte.
Ha sufrido la guerra y el expolio, quién sabe si la cárcel, la tortura, la caza de su piel, de sus pasiones, su género, su orígen, sus ideas... o simplemente el duro latigazo del hambre.
En resumen: un ser sin esperanzas.
El segundo ha llegado también a otra ciudad y escapa de un país dende gobierna el crimen. Un día conoció el respeto y la fama, pero hoy es como el vino derramado: es oscuro sinónimo de la sangre vertida.
El primer hombre viene hacia nosotros y sueña con la paz de los talleres, el edén neutral de los supermecados, la música cuadrada de las carpinterías: cualquier cosa mejor que su destino.
El segundo, el que huye con el dolor aún humeando en su ánimo, alguna vez soñó que las balas podían asesinar personas pero nunca razones; soño con catedrales que no fuesen el refugio del lobo; con un sol que llegara al fondo de las minas.
El primer hombre es Pablo el panadero; Hassan el sastre, o Evo el albañil. El otro se apellida, por ejemplo, Cernuda, o Jiménez, o Alberti y de él nace el espanto como en las uvas crece la costumbre morada de la luz.
Habrá quien los compare y solo vea entre ellos un abismo. Y habrá quien vea un puente: a un lado la Justicia y a otro lado la Historia.