(Mañana ha sido hoy tan de repente)

el día que dejé de ser torpe


27v112009
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Las promesas están para cumplirse.
Hoy cumplo una.



(En el momento justo de sacarle la foto supe que tenía que doblar ese momento. Claro que ya tenía en mente la Garza de Román Díaz, una pieza cuya interpretación se me antojaba de locos.

Había escrito esto como pie de foto de la foto central:

"agua enGarzada:

guirnalda de vida en simetría

la veo en papel
hecha de seda
extendiendo alas y apoyada en una de sus patas

pero aún soy torpe"


Y era un poco esto lo que veía)

(Mañana ha sido hoy tan de repente)

Cree el ratón que la luna está hecha de queso


26j11/2009
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Estoy que me doblo.



(Una ratón salió una vez del laberinto. Desde entonces se pregunta cómo coño se hace para caminar sin las paredes.)

(Mañana ha sido hoy tan de repente)

autodiagnóstico esquizofrenia


22l112009
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—Tenemos que ir a hablar con ellas, Sú.
—¡Ufff!— Sú resopla mientras le mira con cara de qué pereza me estás dando, chaval —¿Me lo estás diciendo en serio, Án?
—No queda otro remedio. ¿Qué hacemos si no? Cualquier día le extravían del todo.
—Tú siempre con tus alarmismos, Án. Si sólo son voces.
—Ya, sí. Sólo son voces— Se indigna Án, mientras se le pone azul pálido el plumón de sus alas diminutas. —Sólo son voces. Tú mejor que nadie sabes lo que se puede hacer con las voces, don Labia. Como si no hubieras movido cientos, miles de veces corazones con las voces. Como si tú fueras otra cosa que voz, Sú. Como si todos no fuéramos otra cosa. A veces, creo que te me pasas de frívolo, Sú. Que no te tomas en serio la existencia. Que eres un vago redomado y un cobarde...
—¡Eh, eh, eh! Para el carro Madaleno—, le ataja Sú como el que acaba de recibir una bofetada, una flojita, pero que causa un dolor inesperado. —Vale. No te pongas así conmigo, Án. No me toques los cojones así porque no te lo permito. Hago lo que hago porque es necesario. Igual que tú. Igual que todos. Mi voz es necesaria. Sin mi voz, tu voz no existiría. O lo haría sin sentido. Tú solo, vales la mitad, Án. Y a veces, con tu tomarte en serio la existencia, creo que te supervaloras. Sin mí no podrías llevar a nadie a cazar estrellas.

Án calla. Se le han llenado los ojos de rabia. Se le han humedecido de frustración y hay luces azul profundo bailando en sus pupilas. Está triste y hermoso. Muy triste y muy hermoso. Sú le mira compasivo, le mira con su amor más dentro; el que reserva como don preciado para dar tan solo a los que son sus preferidos. Le pasa el brazo por detrás de la espalda, y lo atrae hasta su pecho amparándolo en su abrazo estrecho.

—Anda, llóralo tonto—, le susurra.

Y Án se afloja y se derrama, y un torrente de lágrimas le enciende las mejillas y lo llora todo al abrigo de su pecho. Lo llora todo. Y lo llora bien. Tan Girondiano, tan consciente, tan entregado a la tarea de llorar. Y Sú también llora mientras mira un punto muy lejos en el horizonte , en silencio, seco como llora el desierto, el castellano viejo, al ritmo liberador de las convulsiones del cuerpecillo de Án entre sus brazos. Y cuando llega la paz, cuando el sosiego les acaricia de nuevo, Sú coge con ternura a Án por la barbilla y le levanta la cabeza hasta poder ver sus ojos.

—Iremos a hablar con ellas, Án, te lo premeto—. Le dice con su voz más beso.
—Es que tenemos que ir, Sú- lloriquea todavía Án, mientras se seca los ojos con las manos.
—Tenemos que ir—, condesciende Sú. —Iremos. Pero es que son tan feas, Án. Y tienen esos nombres tan retorcidos y además son tan chillonas.
—Alecto no es fea, y a mí me gusta como suena su nombre: Alecto—, dice Án.
—Pero es la más chillona de las tres, y Megera y Tisífone son más feas que un pie de otro. Yo creo que si enviaran su foto en vez de dedicarse a elevar el volumen de sus voces serían más efectivas—, bromea Sú, y consigue arrancarle a Án una sonrisa. Y el plumón de sus alas se vuelve otra vez de color blanco puro.

—¿Al anochecer te parece bien, Án?
—Nah. Por la mañana temprano, así las pillamos atontadas que por la noche están más espabiladas.
—Encima me vas a hacer madrugar... Joder, Án.
—Que no digas palabrotas, Sú—, le contesta Án mientras pega un puñetazo cariñoso en el poderoso brazo de Sú, para abrazarle un segundo después dando las gracias.






(Bajad la voz. No gritéis tanto. Dejad de chillar que no hace falta. Que las cosas, tras de los muros, se queden tras de los muros. Hacedle caso a vuestra madre. Bernarda sabe. Bernarda Alba sabe que hay que callar lo que no ha de ser dicho. Que no hace falta que el vecino se entere. Que no está bien despertar a los niños.)