ven a la escuela de calor
23V062006
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Ha llegado el verano, qué bien. Sobre todo qué bien porque todo se mueve, porque nada está quieto, porque se camina o le caminan a uno pero la quietud no es posible; allí donde hay movimiento hay vida, la vida, de hecho, se engendra en movimiento. Me muevo, ergo vivo. ME muevo. Yo mi me, pero contigo.
Ha llegado el verano, qué bien. Qué bien porque el verano viene cargado de calor, de calentura, de calidez. Con el calor nos desnudamos y eso nos sienta bien. Nos sienta bien quitarnos las corazas, desvestirnos, vencer el pudor y mostrarnos por la calle. Que los enmascarados se quiten sus máscaras y que los oficinistas se quiten el traje gris de los inviernos. Que se expongan, que nos expongamos, que nos sintamos vulnerables, es decir conscientes de que nos pueden herir, es decir frágiles. Porque la vida es frágil y uno ha de tratarla con delicadeza o se nos rompe. Y es jodido ir por ahí con la vida rota, por muchas razones; para empezar porque cuando uno tiene la vida rota suele dedicarse a romper la vida de los demás. Tampoco es que se dedique. Porque con la vida rota uno pierde la consciencia, se ciega, se violenta. Uno pierde su yo, su identidad, su ojo interior. Es difícil trasmitir realidades que van más allá de las palabras, cosas para las que nuestro idioma no tiene nombre o tiene muchos y todos insuficientes. O sea que la vida que es frágil, que se rompe, se resquebraja el núcleo esencial desde donde todo lo real emana, el hondo misterio de estar siendo, el temblor primero de la existencia. Es decir la vida, que es muy frágil.
(—Metafísico estáis.
—Es que no cago.)
Ha llegado el verano, qué bien. El verano atrae a los felices. La alegría es siempre calurosa. He estado hablando esta mañana con un feliz que huía del invierno de Montevideo:
—No me gusta el invierno —me decía—; en cuanto empieza el invierno ayá me vengo para España. Es muy duro, te podés hacer una idea, vivir siempre en la playa, sin atascos, sin madrugar, sin jefes...
Vende bisutería a los turistas, a los festivaleros de Benicásim. Venía desde Brasil, después de haber hecho transbordo en Londres y llevaba cincuenta y cinco horas esperando la maleta que le habían perdido. Con una sonrisa, feliz de la vida que conservaba (parecía, aunque quien más quién menos, ya se sabe) intacta. A lo mejor no es por el calor, pero el tipo venía zafándose del invierno, de los trajes grises y de las oficinas. No era famoso, ni rico, ni guapo, ni importante... era feliz. Un veraneante de oficio. Un profesional de la alegría.
Ha llegado el verano, el movimiento, la alegría, la vida, los felices. Qué bien.
Pero qué bien.
6 han querido poner más luz en esta calle
Qué bien.
A mi me gusta el verano.
Lo único el calor agobiante...
Pero aun así compensa.
El verano no me va, pero es buena reflexión la de desnudarse para sentirse frágiles.
Sentirse seguros es el primer paso para aplastar a los demás.
En ese aspecto sí hay que ser profesional del verano.
Abrazos
SUMMERTIME ¡¡¡ me encanta, el sol es vida, todo se ve distinto cuando esta bañado en amarillo, mi humor cambia, mi actitud cambia, me llena de energía, me cuesta quedarme en casa un dia de sol... y eso me motiva, unos amigos, unas cervezas, viajar, reir... el sol me trae todo lo bueno
gracias x recordarmelo ¡¡¡
Coincido contigo... el verano para mí es lo mejor!! Aunque también se tenga que trabajar... odio la ropa, los abrigos, los bolsos, el frío, la oscuridad...
Viva el verano!!
Besos
Mi alegría era calurosa. Demasiado calurosa.
Acabamos por quemarnos.
No me gusta cuando no escribes... Un besete Uno
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