cómo pierdes el tiempo doblando papelitos, hijo mío.
14M032006
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Yo lo dije. Dije que la suerte era la religión que profesábamos los optimistas. Dije que ponía mi ficha en el tapiz de la vida, que sí, que me la jugaba, que me arriesgaba, que creía.
Y dije que era un hombre de palabra.
Quizá por eso no debería sorprenderme esta sensación de estar tocado por el dedo de un dios, ni que cuando uno vive de forma prodigiosa sean prodigios lo que ocurran.
De mis manos brotan caracoles. Literalmente. Y es tan mágico y tan hermoso que me fui a mostrarlo a una plaza rodeado de otra gente que hace brotar cosas prodigiosas con sus propias manos. Y hubo quien me pagó dinero por un caracol y fue prodigioso. Y hubo fascinación en los ojos de los niños y sorpresa en los ojos de los adultos y fue prodigioso.
Pero de entre todos hubo un niño que no quiso conformarse con admirar el prodigio. El quiso participar de él; me miró a los ojos y como el que está sediento y pide agua me pidió que le enseñara a hacer brotar caracoles con sus propias manos.
Y le enseñé y lo aprendió y fue dichoso. Y yo con él.
—¿Cómo te llamas?—Le pregunté.
—Salvador.
Salvador. Mira tú por dónde. Salvador salvador. No te salves Salvador.
—Oye; el próximo día que vengas cuando venga yo me enseñas a hacer otra cosa—, me dijo. No me preguntó, no lo pidió: lo vaticinó. Predijo como el que mira lejos y ve mucho. Salvador, que tiene las mismas letras que Gervasio.
—Unicornios—, le propuse —que son más fáciles que los caracoles.
—Vale—, aceptó. Se despidió con su caracol en la mano y me dio una naranja agradecido. La naranja que esa noche, ahora me doy cuenta, más que cenar comulgué, porque los optimistas formamos iglesia.
También dije que estaban a punto. Y esa noche, al llegar a casa, había florecido el almendro de la entrada. Porque son las cosas que decimos los que somos hombres de palabra. Así que no te extrañe si de pronto ves romperse el cristal de la pantalla.
Por la parte de adentro.
8 han querido poner más luz en esta calle
Mis manos estuvieron cerradas este último tiempo... hoy me di cuenta de que por fin se abrieron, y empezaron a salir espirales de colores...
Quien sabe si a través del cristal roto se juntan caracoles, espirales, naranjas y almendros en flor...
Es cierto: no debería sorprenderse de que a quien vive de forma prodigiosa, lo que le ocurran sean prodigios. Es la modalidad más perfecta que conozco de justicia poetica. Me alegro.
Joder. Joder joder. Joder.
Un gusto ser lectora de tus prodigios...
...como siempre.
Besos
Escribo deprisa y sin mirar porque ya está roto el cristal de mi pantalla.
Es suerte que tu religión sea la de la suerte porque así tu suerte es también la nuestra.
Y tú no estás tocado por la mano de un dios. Eres el dios que crea con más acierto que el del Génesis (El veía que todo era bueno, pero se equivocó y encima nos echó la culpa).
Que tengas más suerte que él con tus caracoles y unicornios.
Con tu fecundo optimismo y tu palabra firme.
Y con tus seguidores/ salvadores no salvados.
A mi es que siempre me ha sorprendido la gente que sabe hacer brotar cosas de sus manos, o de su garganta, o de sus ojos. La gente que hace magia de lo cotidiano y colorea la realidad para el resto. Los que nos salvan sin salvarse.
Y si algún día logro hacer brotar un caracol de mis manos, se llamará Gervasio. Eso seguro.
Lo tuyo es una mezcla prodigiosa, es cierto, porque una que la mira... pues sonríe, se conmueve, piensa, suspira, imagina... y vuelve a empezar, porque además es que tu texto derrocha, invitando a que se le vuelva a disfrutar...
En fin, que la fascinación también la creas en los ojos de los adultos, hijo mío ;-)
a veces te leo y no deseo otra cosa más en ese momento, por eso, a mí tampoco me extrañará cuando pase.
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